Hace unos días tuve una charla sobre la forma en que hacía las compras en el supermercado cuando mi hija era pequeña. Mucha gente sabe, y mucha otra gente no tiene por qué saber, pero eduqué a mi retoño en casa (los motivos fueron diversos, ese no es el punto ahora) y esa fue una situación que nos permitió vivir experiencias que de otro modo quizá no habrían sido posibles: como tomar clase de matemáticas en el pasillo de cereales.
La que se ha vuelto mi frase básica, ese “matemáticas para la vida”, precisamente trata de eso. Si nos vamos a la historia, veremos que el origen de las primeras matemáticas se dio justamente por utilidad, para la vida. Después se sumaron otros factores de estética, de curiosidad, etcétera, pero uno de los primeros elementos para que el ser humano comenzara a estudiar esto que conocemos como matemáticas fue simplemente la vida.
Se critica mucho también que en el libro de matemáticas aparezcan problemas que no hacen sentido, como esos que nos llevan a hacer reglas de tres para concluir que se compraron dos y medio lápices de color, o que Doña Fulanita tiene una tela de 90 metros cuadrados para hacerse pijamas. Y la crítica es completamente válida porque el hecho de que una personita cuente con pocos años quiere decir que le falta experiencia, pero no inteligencia.
Los infantes y adolescentes no son tontos.
Pues bien, cuando mi hija era pequeña, una de las formas en las que hacíamos matemáticas era una de las más necesarias en la vida cotidiana: la administración. Es común encontrar personas adultas que no realizan presupuestos, por lo que desconocen el flujo que va de los ingresos a los egresos y ese extraño agujero negro del que solo brotan deudas.
Y también es bastante común encontrar a quienes sí realizan presupuestos, pero no saben de qué manera la variación proporcional les puede ayudar a obtener mejores precios, por irnos a lo básico.
Yo creo, sinceramente, que uno aprende más matemáticas si eso le incrementará los ahorros y recompensas que si solo le valdrán para obtener una nota aprobatoria. Sin embargo, no es tan fácil.
En aquel entonces, hacer compras podía llevarnos tres horas. Porque no solo era la media hora o una hora paseando entre anaqueles para elegir productos de la lista de compras, sino que había que mantener el control del presupuesto haciendo las operaciones a mano. La dinámica era un poco más compleja de lo que quiero plantear en este momento aquí, pero aprovechando el recuerdo quise compartir la plantilla básica que usábamos en aquellos años.
Le he agregado un poquito de color y se puede descargar desde el siguiente enlace: guía de compras.
Yo la imprimía a tamaño carta y llevábamos varias por si era necesario (siempre lo era). Ella, en la parte de atrás, realizaba sus operaciones y en el frente solo las planteaba y anotaba subtotales. Como era pequeña escribía con números bastante grandes y desordenados, así que la cuadrícula del revés le ayudaba a centrarse y mantener un orden.
En ocasiones realizaba más de una operación por artículo, para comparar presentaciones. La regla de tres que aprendería mucho después, y la proporcionalidad, se iban dando como conceptos tácitos en la práctica cotidiana. Con el paso de los años, aterrizarlo en el cuaderno y en los exámenes fue más sencillo.
Como reflexión final quiero expresar que, desde mi perspectiva, aprender matemáticas de esta forma nos permite incluso dar más valor a nuestro tiempo, a nuestro aprendizaje y, por supuesto, a nuestro dinero, obteniendo más con menor cantidad de monedas.
Si te gustó esta reflexión o conoces a alguien que pudiera tener interés en hacer matemáticas en el supermercado, comparte esta publicación. Si tienes algún comentario o sugerencia, es bienvenido.
Con cariño,
∞ Miss Pili ∞