Hace varios años participé en un concurso de esos en los que uno tiene que ir haciendo puntos para mantenerse en el “Top 3” y poder ganar. Todo iba muy bien, me mantenía entre primer y segundo sitio y, casi al final del plazo, terminé por ahí del quinto puesto y “perdí”.
En aquel entonces un amigo me dijo que no estuviera triste porque, en realidad, no había perdido nada. Aquél premio nunca había sido mío. Digerí esa idea por un buen tiempo y, confieso, le creí por varios años. Pero recientemente he tenido que cambiar de opinión.
Hace apenas unas semanas tomé un curso breve sobre el proceso de duelo. Esa serie de momentos y estados psicológicos mediante los cuales se van procesando las pérdidas. Hasta ahí mi amigo parecía tener toda la razón: para iniciar el duelo hay que perder algo que se tiene, ya sea un vínculo con otra persona o con un objeto, un rol o “algo”.
En general parece que “algo” debe ser una cosa concreta y que ya se ha poseído. El punto es que en aquel concurso el premio era bastante concreto y yo, en mi imaginación, ya me había sentido su poseedora. Lo tuve, en mi mente, y lo perdí.
Sí lo perdí, sí era mío. Porque esto corresponde con el significado que yo misma doy al hecho y eso es, al final, lo que importa.
Sueños que se pierden
Me tardé años en reconocerme a mí misma que tengo derecho (e incluso necesidad) de permitirme vivir los duelos por aquellas cosas que he tenido en mi mente. Los sueños, por supuesto, son una de esas cosas que se pierden.
Por poner un ejemplo contaré que cuando era adolescente tuve a bien soñar, junto con mi mejor amiga, que al cumplir los 25 años nos iríamos de viaje a Europa. Hoy tengo 35 años y nunca he salido del país. A mi amiga, además, le perdí la pista tras una serie de eventos desafortunados.
Es cierto que el año entrante, ¿por qué no?, puedo viajar a Europa… pero mi sueño ya no podrá cumplirse, porque nunca volveré a tener 25 años para viajar a Europa con “la charrita”, quien fuera mi mejor amiga tanto tiempo. Ese sueño murió y yo no viví el duelo que le correspondía. Recién ahora que entiendo que me lo debo es que he comenzado a elaborar ese y otros tantos duelos en deuda.
¿Cuántas cosas soñamos que no pudieron ser? ¿En cuántos roles “nos vimos”, fueron nuestros, pero descubrimos desvanecerse contra el principio de realidad? Dicen que lo que duelen son las expectativas, pero no nos enseñan a sanarlas.
Duelos que se eligen
Hay momentos en la vida donde somos nosotros, con plena consciencia, quienes aniquilamos un sueño, elegimos seguir por un camino que, irremediablemente, nos impedirá alcanzar el sueño que se ha quedado en la otra vía.
Realizar un proceso de definición de visión personal a mediano plazo nos permite ver con mayor claridad que algunos de nuestros sueños son incompatibles con otros y que tendremos que elegir uno y abandonar otros. Esto, creo yo al día de hoy, exige vivir el duelo de aquel sueño que estamos tirando por la borda. Un duelo anticipado, si se quiere, porque no es una oportunidad que perdí sino una que “dejaré morir” conscientemente.
La idea de ser la autora de la muerte de mis propios sueños es bastante macabra. Pero es que la vida es sueño y los sueños no son exactamente edulcorados o inocuos. También en el mundo de la ilusión rige la ley del más fuerte y, a menudo, para que algún sueño viva, otros han de perecer.
¿Tú qué opinas? ¿Me estaré equivocando?
Por lo pronto sea esta una invitación a que te permitas vivir y desarrollar tus propios duelos hasta trascenderlos y aprender de ellos para ser una mejor versión de ti.
Con cariño,
∞ Miss Pili ∞