Recientemente estuve pensando en lo complicado que puede ser el compartir, de manera auténtica, una experiencia. Es decir, cuando compartimos algo que nos sucedió, lo que en realidad estamos compartiendo es un fragmento de cómo experimentamos aquello que nos ocurrió. Y la persona a la que se lo estamos compartiendo tendrá su propia experiencia del evento de compartir en sí y lo que se imagine de lo que le compartimos será su propia historia.
En ese sentido estamos un poquito solos. Esto puede parecer dramático o triste, pero no necesariamente tiene por qué ser así.
Dejando a un lado (por ahora) el tema de la soledad, me parece interesante destacar que, incluso si la comunicación no se distorsionara, lo que comunicamos siempre tiene que ver con nuestros antecedentes, nuestro contexto, valores, prejuicios y otras gracias. Uno siempre habla, inevitablemente, según le ha ido en la feria.
Esta curiosa imagen que me crucé por internet un día y guardé así sin más (créditos a quien corresponda) ilustra bastante bien esa situación. Lo que me ha pasado a mí, por más que se repita de forma reiterada, no tiene por qué ser el caso para alguien con distinta condición a la mía.
Esto aplica en muchos sentidos y con cualquier persona. Lo que para unos puede ser fácil no lo será para otros, lo que para alguien resulta terrorífico no lo es para otra persona y así. La pluralidad es parte de la esencia de nuestra existencia y no a todos nos queda el mismo saco.
De ahí la tremenda importancia que tiene la empatía. Tratar de ponerse en la posición del otro, pero no solo en aquella que creemos que es, sino contemplando las razones que le hacen ser como es, pensar como piensa, etc. Es decir, todo su contexto. Sinceramente creo que ponerse en los zapatos del otro es imposible, pero el esfuerzo siempre se aprecia.
Hasta ahora he intentado mantener una postura genérica, porque este espacio textual está pensado para compartir reflexiones que pudieran servir a cualquier persona, pero lo he estado meditando sobre todo en lo relacionado a la educación, voy ahora a ello.
A menudo los docentes empleamos estrategias pedagógicas que funcionan en ciertos contextos o con determinado tipo de estudiantes. Pero esto no siempre va a tener buenos resultados. Ya sea por falta de práctica, falta de recursos o lo que sea, es fácil estancarse repitiendo siempre la misma fórmula, la que un día probamos y ese día funcionó. Pero hoy no es ese día, por eso es importante en mi labor explorar nuevas formas de enseñanza para tener un mejor impacto en el día de hoy, con los estudiantes de hoy.
Adicionalmente, es importante tener en cuenta esta situación cuando se es alumno. Entender que no porque uno no entienda del modo en que entienden los demás significa que algo está mal en mí. No tiene por qué estarlo, sencillamente tengo una forma distinta de aprender o de procesar la información.
No todas las personas somos iguales y eso es maravilloso.
Creo que ese es todo un lío porque siempre buscamos esas métricas que nos digan qué tan buen o mal aprovechamiento escolar está teniendo un alumno. Eso está bien, porque lo que se puede medir se puede mejorar, pero las métricas que usamos generalmente no pueden considerarlo todo y, de hecho, no consideran el contexto de cada estudiante. De ahí que un 10 puede en realidad estar cubriendo un mal rendimiento académico y un 7 acompañar a un verdadero trabajo continuo y un mayor progreso. No somos números y eso es algo que nunca debemos olvidar.
Es una cosa tan simple como las recetas, uno sigue una receta al pie de la letra y, aún así, los tamales de la tía Juanita siempre serán los tamales de la tía Juanita. Cada persona tiene su estilo, su ritmo, su sazón e incluso cuenta con herramientas distintas. No es lo mismo hacer tamales en una vaporera gigantesca que en una olla exprés eléctrica.
Por eso, creo, es tan importante evaluarse siempre respecto de sí mismo. Valorar el crecimiento propio con respecto al esfuerzo. Sin caer, claro, en la autocrítica destructiva, aunque esa ya es materia para otra reflexión.
Con cariño,
∞ Miss Pili ∞